Podenco Canario


Estándar F.C.I. Nº 329 / 03. 11. 1999 / E

Origen: España

Publicación del estándar original válido: 24.06.1987

Utilización: Se le emplea para la caza del conejo y se adapta perfectamente para este fin a las múltiples variaciones del terreno, utilizando su prodigioso olfato así como la vista y el oído. Resiste altas temperaturas y llega a cazar desde el amanecer hasta el anochecer incansablemente. Puede con su olfato o su oído detectar la presencia  de conejos en el interior de grietas, paredes de piedra, majanos, tubos volcánicos y matorrales espinosos. Su extraordinaria conservación se debe sin duda a sus dotes venatorias las que le han hecho necesario a lo largo de los siglos. Es un perro primordialmente de rastro y no debe ladrar o batir la pieza durante el rastreo. También se utiliza con la ayuda de un hurón, modalidad permitida en las islas. Suele también atrapar conejos a diente.

Clasificación F.C.I.: 

Grupo 5     Perros tipo Spitz y tipo primitivo.

Sección 7   Tipo primitivo, perros de caza.

Sin prueba de trabajo.

 

Historia: El podenco canario es una joya única producida por la insularidad y el especialísimo ecosistema canario. Es un perro fuertemente adaptado a la caza sobre terreno volcánico, el cual impone unas durísimas condiciones a los perros. En este escenario no tiene rival, pero además es un perro de caza, que se adapta a cazar en otros ecosistemas.

 

La historia antigua de Canarias se vio condicionada por su peculiar característica geográfica, que le imponía de un lado el aislamiento propio de su insularidad, y de otro su condición de escala en la derrota de las naves que desde antiguo comercian en el Mediterráneo y se aventuran bordeando la costa africana hasta los límites del Atlántico. La consecuencia es una notable dificultad para datar históricamente la llegada del perro al Archipiélago. ¿Procedían de África los primitivos perros del Archipiélago? ¿Se trataba de animales asilvestrados? ¿Llegaron de la mano de los primeros pobladores? ¿Tras la conquista española, qué tipos de perros fueron llevados a las islas? Preguntas que aún aguardan respuesta, pero lo indudable es la gran afición de los canarios por los perros, que se deduce del buen número de razas caninas que atesoran las Islas. Las tienen para la caza como el podenco canario y el enano de El Hierro, de pastoreo como el majorero, el garafiano y el lobito herreño, de guarda como el presa (dogo) canario, tipo terrier como el ratonero palmero, y hasta de compañía como el faldero (bichón) de Tenerife.

 

Se han buscado varias etimologías a la palabra “Canarias”, pero la que mayor crédito recibe es aquélla que la relaciona con los numerosos canes que poblaban las Islas. Chil y Naranjo (una de las figuras fundamentales de la cultura canaria del siglo XIX), en sus memorables ‘Estudios canarios’, escribe: “En la época en que llegó Juan de Bethencourt, en 1402, la Gran Canaria poseía todavía muchos perros. Bontier y Le Verrier les califican de perros salvajes”. Efectivamente, los cronistas de la conquista de Canarias citan que los aborígenes se acompañaban de perros. En los textos conocidos como ‘Le Canarien’ se describe a los aborígenes acompañados de varios animales domésticos: cerdos, cabras y perros “que parecen lobos, pero son más pequeños”. ‘Le Canarien’ es la crónica de la expedición normanda de 1402 a la isla de Lanzarote, escrita por Pedro Bontier y por Juan Le Verrier, respectivamente capellanes de los capitanes Juan de Bethencourt y Gadifer de la Salle. El documento es la primera documentación escrita sobre la conquista de Canarias. Estos perros bien pudieron ser podencos, considerando que los lebreles asirios desplazaron a los podencos faraónicos hacia el oeste.

 

Todo hace del podenco el perro más apropiado para ser considerado salvaje. Es un animal apegado al medio, autosuficiente al poder cazar por sí mismo y capaz de cazar en jauría creando un estrecho nexo de unión con sus semejantes, lo que le dota de independencia respecto al núcleo humano. Son muchos los testimonios de viajeros ingleses y centroeuropeos que ven en los podencos mediterráneos animales salvajes antes que perros domésticos. El alemán Hacklaender, en 1850, escribe: “En la Europa meridional no viven los perros como en nuestro país. Pululan por las ciudades o pueblos y recorren sus calles, aunque sin penetrar nunca en las casas, y sus dueños rara vez les dan de comer, con lo que ellos deben procurarse el alimento practicando la caza”. Y el británico Howell, por las mismas fechas, dice que los podencos tienen “el aspecto repugnante, el pelaje áspero y un color rojo sucio, con las orejas erguidas. Cuando se hallan en el interior de sus domicilios estos perros salvajes se muestran desconfiados y recelosos, sobre todo con los extranjeros”. El podenco encontró en Canarias un clima benigno y soleado, circunstancias que le permitieron sobrevivir sin el contacto protector del hombre. Y fueron podencos asilvestrados aquellos perros, más pequeños que lobos, que contemplaron los cronistas extranjeros.

 

El hombre de Cromagnon estaba establecido en el sudoeste de Francia unos 30.000 años antes de nuestra Era. Al finalizar las glaciaciones se dispersó, dirigiéndose al este europeo, y tras cruzar el istmo de Suez se estableció en el norte de África. Estas gentes asimilaron la cultura del Antiguo Egipto, incluido su sistema de momificación y enterramiento, y a medida que estos grupos étnicos se desplazaban hacia el oeste esparcieron con ellos esta cultura. Los arqueólogos han establecido la estrecha relación entre los primitivos guanches y la raza de Cromagnon. En variadas investigaciones arqueológicas se han encontrado restos de estos perros de caza canarios en los enterramientos aborígenes en la línea de los faraones norteafricanos. Los enterramientos en las Canarias prehispánicas denotan una clara influencia egipcia, de modo que podemos afirmar que usos en el amortajamiento y ajuar de los enterramientos nacidos en Egipto viajaron hacia el oeste, al punto de que cuando estas prácticas había desaparecido en su lugar de origen, tenían aún vigencia en el otro extremo del Mediterráneo.

 

Los aborígenes practicaban la momificación, como prueban los restos humanos encontrados en Gran Canaria, Tenerife, La Palma, la Gomera y El Hierro perfectamente embalsamados. Junto a estas momias se han encontrado abundantes restos óseos de perros, cabras y cerdos, probables ofrendas. No es peregrino afirmar que los podencos pudieron llegar al archipiélago canario muchos siglos antes de su conquista por los primeros europeos. El lebrel africano, conocido como tesem egipcio, colonizaba el archipiélago canario en una época en que la raza había desaparecido de su cuna en Egipto.  El primer estudio con rigor científico sobre los animales domésticos en la prehistoria de Canarias se debe a F. E. Zeuner, publicado por ‘El Museo Canario’ en 1959, en el que afirma: “Los animales domésticos de los antiguos pobladores de las Islas Canarias eran, en primer lugar, un perro primitivo de tamaño medio que recuerda al dingo de Australia”. Los bajorrelieves egipcios nos enseñan que el tesem puede recordar al dingo (Canis lupus dingo). Por ello no puede admitirse que el podenco canario descienda de los podencos ibicencos que pudieran llevar consigo los frailes mallorquines que en el siglo XIV trataron de evangelizar el Archipiélago a instancias del Papa Clemente VI. La cultura egipcia repitió por doquier las representaciones de perros longilíneos de orejas enhiestas y cola enrollada, de elegante y fina estampa, al que los historiadores han denominado tesem. En la tumba de Hemaka (1ª dinastía, 3.400 años a.C.) se reproducen cacerías de antílopes en las orillas del Nilo con perros podencos. Este lebroide africano, perfectamente adaptado para sobrevivir en condiciones muy adversas, logró extenderse por Asia Central, Arabia, Sahara y el desierto de Gobi, pero no pudo resistir a la invasión de otra variedad canina, los lebreles orientales de orejas caídas. Por circunstancias que aún no conocemos bien, los lebreles de orejas gachas, población formada por galgos orientales como el afgano, el saluki o el sloughi, empujan a los podencos hacia el extremo más occidental del Mediterráneo. Cuando las poblaciones de podencos prácticamente se han extinguido en Egipto empiezan a tener pujanza en Canarias.

 

Tras la presentación por la Sociedad de Cazadores de Gran Canaria de dos ponencias sobre el podenco canario en el I Simposium de las Razas Caninas Españolas, celebrado en Córdoba en 1982, los aficionados del archipiélago introducían en la cinofilia española una nueva raza autóctona que buscaba su consolidación y selección. Las ponencias presentadas en Córdoba, acompañadas de la proyección de una película sobre la caza del conejo, levantaron fuerte expectación.

 

Aquellos esfuerzos nacieron impulsados por cazadores que constituyeron el Club del Podenco Canario, cuyos estatutos fueron aprobados en abril de 1982. Era el primer club de una raza autóctona que nacía cuando aún la raza carecía de reconocimiento por la Canina de Madrid. El club nació como una sección de la Sociedad de Cazadores de Gran Canaria que contaba con más de 8.000 asociados. Tres hombres destacaron en la cristalización de este proyecto, Ramón Martí, Juan Monagás y Cardona Sosa, que llevaban años luchando por la reivindicación del podenco canario como raza estable con cualidades diferenciadoras evidentes. En las Islas Canarias existe una población de 20.000 ó 25.000 podencos dedicados a la caza del conejo con identidad bien definida y absolutamente diferenciada de las otras razas podenquiles, por lo que resultaba incongruente que tal tesoro genético pasase olvidado. Desde 1980 estos aficionados venían organizando concentraciones de podencos canarios en el medio rural y en ciudades como Araucas, El Teror, Telde y Las Palmas. Se trabajaba en el registro de perros de origen y tipicidad indudables en la búsqueda de un reconocimiento oficial.

 

El nacimiento del Club fue reseñado por Carlos Contera, cronista e impulsor de nuestras razas autóctonas en aquellos difíciles años, en la revista “El Mundo del Perro”, donde este gran especialista señalaba las virtudes cinegéticas de la raza y como “la peculiar idiosincrasia canaria en la selección de sus perros ha determinado una morfología étnica que ha llegado a constituir una raza autóctona, perfectamente estandarizada, individualizada y diferenciada de cualquier otra, por muy afín que morfológicamente parezca”.

 

Ello sirvió de estímulo para que el Club organizase el 23 de abril de 1983, en el Castillo de la Luz de Las Palmas de Gran canaria, una concentración en la que participaron 254 podencos canarios, que fueron analizados por David Salamanca, el impulsor de la recuperación del galgo español, prematuramente desaparecido en un accidente de automóvil regresando de una exposición canina. Paulatinamente cazadores y campesinos canarios se acercaron a la raza con una mentalidad nueva, viendo a su podenco como un valor genético que merece ser respetado y conservado. En 1984 la raza fue reconocida por la Sociedad canina de Madrid. En el año 1987, en el transcurso de la asamblea general de la F.C.I. en Jerusalén, fue admitida como raza internacional por esta federación.

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